Gabriel Trujillo Muñoz / El Mexicano

 

Narrar historias de ficción es un oficio de magos, un acto de personas dispuestas a contar las peripecias del mundo para que los posibles lectores no quiten los ojos de la trama a relatar, de las sorpresas que parecen salidas del aire: países imaginarios, ciudades entrañables, personajes que se quedan con uno por su forma de ser, por su manera de encarar la vida, de comportarse ante los desafíos cotidianos. En nuestro tiempo, en este siglo XXI que parece andar corriendo en círculos, buena parte de estos actos narrativos son, en el fondo, homenajes a otros magos, diálogos con aquellas literaturas que se aprecian, se siguen, se imitan, se recrean. En la novela policiaca, uno de los mayores maestros de este género es Raymond Chandler y su célebre investigador privado, el angelino Philip Marlowe, que en las décadas de los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado dejó una huella indeleble al protagonizar historias policíacas, criminales, de misterio y suspenso.

Los buenos narradores de hoy en día, como es el caso del mexicalense José Salvador Ruiz, buscan rendir homenaje a quien apuntaló la saga de la narrativa negra con un detective que hizo de la justicia un asunto personal, de la verdad una pelea callejera, de su innata curiosidad un trabajo de caballero andante en una ciudad llena de trampas para incautos, de espejismos mortíferos. De ahí viene la génesis de 25 dólares por día. Una novelitita noir (ediciones Periféricas, 2023). El propio Ruiz lo dice en una nota al principio del libro: “Todos los cuentos cortos en este manuscrito tienen como título y fuente de inspiración frases o citas de novelas, cuentos, cartas o ensayos escritos por Raymond Chandler. Se trata de un homenaje a uno de los más grandes escritores y renovadores del género negro. Si bien se trata de una colección de cuentos cortos, ninguno mayor a las tres cuartillas, el libro se puede leer también como una mini-novela”.

La fórmula que tenemos aquí es la de un libro abierto, como un tablero de juego, donde a la vez que podemos leerlo como una reunión de cuentos con un hilo conductor, igualmente lo podemos apreciar como si cada cuento fuera un capítulo de una novela breve, donde lo criminal es el meollo del asunto, donde Guadalupe Cástulo Brown, un mexicoamericano nacido en Los Ángeles, carterista de joven, soldado en la Segunda Guerra Mundial, estudiante de literatura en un colegio comunitario, policía de Los Ángeles y quien finalmente, siendo un mesero de un bar, acabó topándose con el “mismísimo Philip Marlowe”, de quien se hizo amigo y de él aprendió el oficio de investigador privado, la forma de conseguir la información en calles y tugurios, hasta que puso un despacho de detective en el boulevard Cahuenga y se dedicó a resolver los casos que sus clientes le presentaban. Su tarifa: 25 dólares por día. Ni muy caro. Ni muy barato.

Esta novelitita contiene todo lo que da identidad a una buena novela policíaca de la época de oro, pero también lo que le da fuerza, vivacidad y ambiente. Sus personajes no desentonan en una urbe llena de simuladores, asesinos, proxenetas, prostitutas y depredadores de toda especie. José Salvador conoce el oficio de mago que ilumina situaciones de violencia, diálogos como tiroteos en plena calle, encuentros sorpresivos entre las sombras de la noche, citas en bares de mala muerte, sesiones de tortura en habitaciones carcelarias. El mundo que nuestro autor nos presenta es un infierno a la medida de las pesadillas de nuestro tiempo: el de Cástulo Brown y el que vivimos ahora mismo. Un detective que debe lidiar con el racismo imperante ayer como en nuestros días, que quiere resolver crímenes aunque tenga que sufrir las consecuencias de preguntar lo que está prohibido, de indagar, a base de labia, para obtener respuestas verosímiles, pistas genuinas.

25 dólares por día se lee de una sentada. Es una historia vertiginosa, donde nada es lo que parece, donde no sólo Los Ángeles surge como la imagen de una emboscada, de un garito en el que se apuesta el alma de la humanidad frente a la borrasca de las ambiciones y los maltratos: “Me serví un trago más y me aposté en la ventana desde donde podía observar gran parte de la ciudad. Los Ángeles, this old whore, como la llamó un tal Raymond Chandler, se frotaba las manos en espera de que sus habitantes, sus ángeles caídos, se dejaran llevar por sus instintos más básicos, sus pasiones irrefrenables, sus deseos impostergables o la simple y llana maldad que habita en todos los hombres y solo espera una chispa, un pretexto para salir del rincón en algún lugar de nuestras almas. No me faltaría trabajo, de eso estaba seguro”.

Y lo mismo va para Tijuana, donde nuestro detective privado reside unos pocos días tras una pista esquiva: “Salí del Tío Pepe y prendí un cigarrillo, las nubes amordazaban a la luna y solo las luces del Jai Alai y de algunos hoteles y cantinas iluminaban esta parte de la ciudad. Más allá de la Revolución y la Zona Norte, las buenas conciencias dormían o bebían café con leche. Acá, la oscuridad ominosa atraía todos los vicios”. Allí, en esta ciudad fronteriza, nuestro investigador privado se topa con desertores del ejército estadounidense como con periodistas como José Revueltas. Ve, con sus propios ojos, la hecatombe del comercio humano en todas sus vertientes. Frontera de rompe y rasga, la que esta narración reclama en sus personajes más sórdidos y despreciables. Pero aquí encontramos, para compensarlo, la visión de que la frontera es “una simulación, debí entenderlo en Tijuana, donde las cebras son burros y las señoritas tienen tres piernas. Ingenuo, pensé que en Mexicali sería distinto”. O como lo dice Luis, el proxeneta del barrio bravo de Pueblo Nuevo: “Todos somos un poco farsantes, embaucadores de pendejos y un poco traicioneros”.

Lo impresionante de esta narración es que, siendo tan breve, abarque tantos temas, investigue tantos casos y ofrezca un panorama tan diverso de la vida criminal entre California y Baja California. José Salvador Ruiz ha logrado hacernos pensar en el trabajo del private eye de mediados del siglo XX como una existencia caleidoscópica, como un portafolio de vidas al filo de la muerte. Y es que en el fondo, cada uno de los clientes de Guadalupe Cástulo Brown ha llegado con una sola promesa: encontrar respuestas, personas, recuerdos, revanchas o fantasmas. Al final, cada caso por indagar es un conjuro por verbalizar, un hechizo por llevar a cabo. El hilo de una madeja de decepciones y conjuras.

Nos encontramos, en estas páginas, con un homenaje no a Chandler, el autor policíaco, ni a Marlowe, el detective literario y cinematográfico. Lo que esta novelitita quiere dejar bien claro es festejar una ciudad que arrebata la imaginación de sus espectadores: “En este mismo instante, por esas calles malignas de Nuestra Señora de los Ángeles de la Porciúncula (pinches gachupines y sus nombres barrocos) se está planeando un robo, un secuestro, un asesinato…Desde los cerros que serpentea Mulholland Drive hasta las casuchas escondidas entre los peñascos de Chávez Ravine y los callejones grasientos del Chinatown, se pasea la muerte altiva, segura de su eternidad. Segura de su atracción. En los estudios de Hollywood o en los búngalos de Melrose Avenue los actores, productores y directores se enredan en orgías que terminarán en chantajes o en muertes que deberán ser investigadas con discreción…Así es esta ciudad, Los Ángeles”.

Estamos, pues, en el corazón de las tinieblas del género Noir, esa narrativa hecha con sueños tormentosos, ambiciones desmedidas, golpizas sin miramientos y mujeres fatales disparando a mansalva. José Salvador sabe llevarnos de la mano por ese mundo de farsantes y embaucadores. ¿O en qué otro mundo tenemos “el jolgorio del plomo”, el anonimato del fugitivo, la muerte sin piedad? ¿A qué mejor fiesta podemos acudir cuando la noche llega sin aviso, con su rastro de sangre, con su codicia a flor de piel? Para saberlo basta con pagar a Cástulo su tarifa oficial: 25 dólares por día, más los gastos de rigor. Y dejarse llevar en la persecución interminable: esa que mezcla “asombro y espanto”, delirio y paranoia, a partes iguales. Porque al final de cuentas, cuando nuestro insigne detective se transforma en el Quijote de nuestra era, lo que aparece es un implacable desfacedor de entuertos, una pieza menor en el tablero del azar, un escudo humano con olor a whiskey Old Forester tratando de sobrevivir un día más, de explicar lo inexplicable, de repetir el truco de la lluvia cayendo “como balas en bautizo mexicano”. Un acto de magia narrativa, no cabe duda.

 

25 dólares por día: una madeja de decepciones y conjuras

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