Por Laura Zúñiga Orta
Ésta es la primera vez que veo en persona a Hugo César Moreno, aunque de cierta manera lo conozco desde hace muchos años. La primera noticia que tuve de él me llegó aproximadamente hace una década, cuando leí la tesis de doctorado de José Luis Herrera Arciniega, escritor nacido en Hidalgo pero ya casi oriundo del Estado de México porque aquí ha hecho vida y carrera literaria, periodística y docente, y porque, además, se dio a la tarea de estudiar cómo se ha venido conformando lo que él llama sistema literario mexiquense.
En ese texto académico que no ha sido publicado aún como libro, aunque debería, Herrera Arciniega plantea, a partir de los postulados del estudioso Antonio Candido, que “la formación de un sistema literario abarca tres fases: la primera, de expresión de las manifestaciones literarias; la segunda, de configuración del sistema, y una tercera que postula su consolidación”. No abordaré aquí a detalle el planteamiento de José Luis; baste con decir que ubica al narrador Hugo César Moreno como representante de la fase de consolidación del sistema literario mexiquense, junto al toluqueño Alonso Guzmán. Esa fase de consolidación inició, a decir de José Luis Herrera, después de 2006, es decir, más o menos cuando Hugo César tenía unos 28 años.
Recuerdo que después de la lectura de la tesis referida conseguí prestado un ejemplar de Cuentos porno para apornar la semana, libro de Hugo César publicado en 2007 por el Fondo Editorial Tierra Adentro, y me “aporné” seguro más de una semana leyéndolo. Tengo aún fresca cierta sensación de desfachatez, agilidad y vocación por la violencia en el espacio urbano, esta última una línea temática de la antología que hoy nos reúne.
Después no volví a saber gran cosa de Hugo César porque así es la vida y porque, además, la vocación centralista mexicana no es ajena, obvio, al Estado de México, y lo que publicaban los escritores necences, ecatepenses y texcocanos, por ejemplo, no se conocía mucho en Toluca a menos que los escritores necenses, ecatepenses y texcocanos vinieran a mostrarlo. El viceversa aplica también, por cierto, aunque en los últimos años esto ha ido cambiando gracias a las redes sociodigitales y a la facilidad con que es posible establecer contacto pese a las distancias.
Volví a tener noticia de Hugo hacia 2014 o 2015, a propósito de una antología de nueva narrativa mexiquense, Los muertos no cuentan cuentos, que coordinó Herrera Arciniega y en la que, por supuesto, incluyó un texto de Hugo César Moreno. En ese volumen también estamos incluidos Leonel P. Mosqueda y quien esto escribe, que ahora repetimos en Menos bella, más brutal. De alguna manera me parece que ambos compendios cuentísticos están hermanados por, entre muchas otras razones, la intención de reunir las expresiones de jóvenes (y ya no tan jóvenes) narradores mexiquenses de cierta cohorte generacional. Sería interesante revisar y comparar la diversidad temática y estilística entre ambos libros, pues ello nos podría conducir a una radiografía más o menos clara del sistema literario del Estado de México en su actual fase de consolidación.
En fin, yo ya conocía a Hugo cuando él consiguió mi dirección de correo gracias a la escritora mexiquense Nora de la Cruz. El 15 de marzo de 2016 me escribió para invitarme a participar en una antología de autores nacidos entre las décadas de los setenta y los ochenta; dije que sí, pero no sin antes preguntarle si era “el famoso Hugo César Moreno”, cosa que a él le dio risa, seguro porque aún no sabía que José Luis Herrera lo andaba promoviendo por acá como parte de la cosecha de los muchos años que llevaba en desarrollo la literatura del “Edoméx”.
La idea era que esa antología fuese publicada en agosto de 2016, pero no se pudo por causas ajenas a la voluntad de Hugo y porque así es también la vida. Yo ya había publicado en otro lado el cuento elegido cuando, el 14 de enero de 2020, recibí un correo de Hugo César donde nos contaba a todos los antologados que el proyecto reviviría de la mano de Ediciones Periféricas, cuyo editor tenía toda la buena voluntad de hacer que este libro viera la luz, cosa poco común en un mundo editorial “supeditado a la promesa comercial”, como bien apuntó el propio Hugo en aquel correo.
Así que nos subimos casi todos de nuevo al barco, muy entusiasmados. Yo cambié mi cuento por otro y se hicieron varios ajustes en todo el volumen, a juicio del editor. En septiembre de 2020, ya en plena pandemia y con el ánimo un poco detenido, como detenido estaba todo tipo de trámites y actividades, tuvimos una productiva reunión por Zoom y el asunto terminó de cuajar: Ediciones Periféricas coeditaría el volumen con el municipio de Tlalnepantla.
Menos bella, más brutal reúne las voces de 24 narradores, el grueso de los cuales nacieron y se han desarrollado en los municipios limítrofes con Ciudad de México, con todo lo que ello implica. El espectro es realmente amplio y, en consecuencia, rico y diverso, debido a las edades y contextos de los antologados. Y si bien el asunto no se zanja con años y lugares de nacimiento, lo cierto es que sí da cuenta de algo que ha apuntado el referido José Luis Herrera, esto es, el entreveramiento generacional entre quienes han producido, están produciendo y van a producir la literatura en el Estado de México.
En consecuencia, se leen en estas páginas los relatos de seis autores nacidos en la década de los setenta; 15 de la década de los ochenta; dos de los noventa y una jovencísima escritora nacida en 2001. Podrán los lectores darse una idea de la diversidad de intereses. A ello habría que sumar los municipios de origen: Atizapán, Chimalhuacán, Ecatepec, Ixtlahuaca, Izcalli, Naucalpan, Nezahualcóyotl, Tlalnepantla y Toluca.
Por otro lado, prácticamente la totalidad de los autores tiene al menos una publicación, ya sea en revistas, antologías colectivas o libros individuales; destacan, además, las becas y reconocimientos que varios de ellos han recibido por su trabajo literario.
En cuanto a los textos en sí, me parece que cada uno de ellos es un descubrimiento individual y personalísimo que da cuenta de cada uno de los autores, sus intereses, sus procesos creativos y sus experiencias de vida. Se aborda en particular, aunque desde diferentes perspectivas, la experiencia del límite, de la frontera, del movimiento en esa frontera y los problemas que hay ahí, todo en el marco de un tejido social enrarecido, cuando no francamente jodido y a veces incluso absurdo.
En conjunto, este coro de voces nos canta y cuenta lo muy diverso, difícil, extraño y hasta retorcido que puede ser vivir en el Estado de México, sobre todo en los municipios limítrofes con Ciudad de México, donde la brutal urbanización, pobre o nulamente planeada, dio a luz toda clase de complejidades. Sé que todos los lectores hallarán en al menos uno de estos cuentos una vivencia conocida y cercana a sus propias experiencias, aunque estas no sean siempre gratas.
A título personal, esta aventura me deja varias reflexiones. La primera es que por fortuna el centro del Estado de México dejó de ser el ombligo del centro del país. Asistimos hoy a la emergencia de nuevas voces literarias que no necesitan, y qué bueno, estar ancladas a Toluca para hacerse notar y asumir el lugar que por derecho les corresponde. Hablar desde y en la periferia, desde y en el límite, es absolutamente imprescindible para comprender en toda su complejidad los procesos históricos y sociales de los que bebe el ejercicio literario. Que los narradores de diferentes puntos geográficos de la entidad se conozcan a través de sus textos, se lean y se interpelen es asimismo fundamental para seguir tendiendo puentes y consolidando el sistema, ya sin ideas centralistas sino globales.
En segundo lugar, Menos bella, más brutal viene a convertirse en el referente actual de la literatura escrita en el Estado de México, y quienes deseen estudiar este fenómeno, como en su momento hizo José Luis Herrera, tendrán que adoptarlo como libro de cabecera para poder trazar las necesarias coordenadas de un ejercicio de esta naturaleza.
En tercer lugar, y dado que tanto en Hugo César como en los nacidos en los setenta y los ochenta ya hay más chavorruquez que juventud, que este narrador ubicado en la fase de consolidación del sistema literario mexiquense reúna el trabajo de sus contemporáneos, pero también el de los más jóvenes, habla de la buena salud de ese sistema, que se sigue moviendo, influyendo, construyendo y consolidando, enriquecido y alimentado por el ya mencionado entreveramiento generacional.
Hay, en consecuencia, literatura mexiquense para rato. Celebremos.